martes, 23 de agosto de 2011

Como almas en pena

… Una vez te sugerí que no enviaras el muchacho a Estados Unidos porque podría pervertirse y caer en los malditos vicios de las drogas. Yo estaba en desacuerdo con ese asunto del viaje porque nuestro hijo vivía la etapa más difícil de su vida. 
 
 
Tú bien sabes que en la adolescencia es donde surgen ideas raras y comportamientos extraños en los jóvenes. Las emociones se desbordan y aparentan ser hombres antes de tiempo. Reconozco que ni tú ni yo pusimos el empeño que requería custodiar a nuestro hijo en ese entonces. ¿A caso no fue así?
    
Recuerdo cuando él tenía los dieciséis años fuimos testigos de los primeros episodios de rebeldía; fue la época en que abandonó los estudios porque se le metió en la cabeza que quería vivir en Nueva York con su tío Felito. Sabes bien que constantemente te hice la advertencia que el ambiente neoyorkino podría incidir negativamente en su conducta, pero lo mandaste de todas maneras. No tan solo me desoíste, sino que meses antes falsificaste mi firma para conseguirle los papeles del visado y le compraste el pasaje aéreo. No me mires con esa cara de desconcierto. Tú sabes mejor que yo que fue así.

Tú has vivido temporadas en Estados Unidos, sabes que Nueva York nunca duerme, es una ciudad adecuada para el desatino. Nuestro hijo apenas era un adolescente, lo bastante precoz para ver un mundo tan abierto. Como tú sabrás, esa ciudad no es para gente de mente débil, menos para un adolescente sin la tutela de los padres.
 
 
¿Creíste que mi hermano Felo estuvo de acuerdo con tu decisión? Te dijo que lo acogería sólo para complacerte. ¿A caso nunca te dijo la verdad? Porque semanas después de tu conversación, él me llamó por teléfono para oír mi opinión. Me sugirió que nosotros no debíamos mandar a nuestro hijo a vivir a Nueva York. No te sorprenda. Él temía decírtelo porque tú podías malinterpretar la situación.
 
 
Es verdad, rememorarte eso ahora aquí en este camposanto poblado de cruces blancas, me parece inoportuno, pero siento que me desahogo.
 
 
¿Por qué no quieres que te siga contando? Pues hay algo más que debes saber… A los dos meses de Luisito vivir en Nueva York, mi hermano lo echó de la casa, porque se negaba a cooperar con los quehaceres domésticos. Tú sabes que allí la vida es difícil y la gente tiene que ganarse lo que le dan, a diferencias de aquí. Fue indignante saber lo que él hacía a espalda de su tío. No, yo no te estoy mintiendo, te hablo la pura verdad, tal como me la contara mi hermano.
 
 
Se te olvidó que fue en esa misma época que Luisito se mudó a un apartamento y lo compartía con unos “supuestos amigos”. Nunca estuve de acuerdo. Pero tú decías que ya él era grandecito como para granjearse la vida por sí solo. Tú sabías, mejor que yo, que él quería volar antes de tiempo. Desde pequeño le infundiste pensamientos de riqueza, como si nosotros fuésemos personas adineradas. Te vanagloriabas siempre de que le darías todo lo que él necesitara. ¿Se te olvidó que éramos personas humildes? En serio, ¿no te acuerdas?
 
 
Además, tú sabes que esa libertad que le dimos la transformó en un libertinaje; estimuló a nuestro hijo a participar en pandillas juveniles que se dedicaban a robar automóviles. ¿Que deje decir sandeces? ¿Es que no llegaste a percibir las inquietudes del chico? Yo sí. Él siempre me decía que iba a ser un hombre rico, que no iba a vivir en la miseria como vivíamos nosotros. Delante de ti también él lo refería. ¿Tú viste lo malcriado que se puso? Así que ahora no vengas a sulfurarte.
 
 
¿Te atreves a regañarme de que yo no lo corregía? ¿Tú has perdido la razón, mujer? Recuerdo aquella tarde en la que te señalé que estabas malcriando al niño. Un día se cagó y regó la mierda por las paredes de la habitación y le pegué unos correazos que le tatuaron las piernas. Cuando regresaste del trabajo y notaste los moretones en las piernas, me reprochaste que jamás volviera a pegarle así; ni siquiera te inmutaste en preguntarme por qué le pegué. Sí... Reconozco que ese día me excedí y fui rudo con el niño, en eso tú tienes razón. La verdad es que no poseo el don de la paciencia como tú. Sabes que soy un hombre de manos duras, moldeé ese temperamento en los años que tuve en el ejército.
 
 
¿Por qué tú dices que él me temía? No confundas el respeto con el temor. Él me respetaba como padre quizás más que a ti. Siempre me guardó respeto, aunque intuyo que cuando fue creciendo casi no quería compartir conmigo, porque tú, en cambio, le consentías en exceso. Por eso y otras razones resolví dejarte la crianza a ti, aunque sabía que tú no tenías la más puta idea de cómo criar a un chiquillo de su temperamento. ¿Qué por qué hago esto? ¡Ah!, ahora ansías que me calle.
 
 
Tú bien recuerdas que asumiste la crianza para demostrarme que podías instruirlo sin la presencia paterna. Hubo momentos que sentiste tantos disgustos que rompiste la comunicación conmigo sin importar lo que sucediera sobre el futuro de nuestro hijo. Una vez hasta llegaste a prohibirme que lo visitara, eso me lastimó hondamente. Pienso que nadie, absolutamente nadie, puede prohibirle a un padre ver a su hijo, por muy desgraciado que éste sea. No puedes imaginarte lo que sentí en ese momento. Aquello me dolió tanto que en los primeros meses se me secaron las lágrimas de llorar.
 
 
En cierta ocasión comenté lo sucedido a nuestros familiares; ellos me dieron la razón. Me contaron que tú conducías a ese muchacho por mal camino. No te enojes, te digo la verdad.
 
 
Sé que este momento es inadecuado para sermones… No sé por qué digo estas cosas aquí en el cementerio, pero a mí me sirven para descargarme. En este primer aniversario lo sigo extrañando como el primer día, vivo con sus recuerdos y a veces hasta oigo su voz. Quería que mi primer hijo fuera ingeniero. Ese era mi sueño. Ese sueño quedó segado, se fue a la mierda. Hoy me siento un hombre fracasado, cargado de frustraciones.
 
 
Te ruego perdones mi exabrupto, que interrumpa tus plegarias con estas tonterías frente a su tumba, pero tenía deseo de conversar contigo porque procuro mantener mi conciencia tranquila por lo acaecido.

Pues, la verdad es que hoy, un año después de la trágica partida de nuestro único hijo, inesperadamente nos encontramos frente a la tumba trayéndole flores e invocando plegarias por el descanso de su alma. Ahora, por infortunio de la vida, tú y yo somos dos seres abatidos por la nostalgia, sin ningún vínculo existente que nos una.

martes, 9 de agosto de 2011

El futuro incierto del libro

El vertiginoso impulso tecnológico se ha convertido en una amenaza para la sobrevivencia de los medios impresos, específicamente para las publicaciones de libros y textos escolares.

La tecnología ha revolucionado notablemente los medios de comunicación y las telecomunicaciones, incidiendo con mayor rigor en la telefonía móvil. También ha generado cambios impactantes en los aparatos electrónicos como computadoras, televisores, PDA, Kindle, iPad y reproductores de videos.

Ante estos cambios apresurados de la tecnología de la información (TI) que estamos experimentado, surge una interrogante: ¿cuál será el futuro del libro impreso?


El libro impreso confronta un grave desafío ante los medios electrónicos y de comunicación. Son numerosas las razones que podrían poner en peligro la presencia del libro en el mercado editorial.

Algunos impresores de libros apuestan que las publicaciones impresas son más competitivas que las de libros electrónicos (e-book). También sostienen que al libro impreso le queda un largo tiempo de existencia en el comercio. 

En este momento resulta casi un lujo imprimir un libro en una casa editora, a causa de los costosos insumos que conlleva una publicación. Sin embargo, es irrebatible el hecho de que las editoras dedican menor esfuerzo en publicar un libro electrónico o digital que un libro impreso y, en definitiva, es menos costoso.

Numerosas editoras poseen proyectos paralelos. Producen libros en formato digital (e-book) y son vendidos al público a través de portales en internet. También continúan las ediciones de libros impresos, estos últimos dependiendo de los requerimientos del mercado.

No obstante, conocemos los desafíos que ahora enfrenta el libro impreso en comparación con el e-book.

Un reto terminante lo representa el problema global de la preservación del medio ambiente. La conservación de la foresta se ve diezmada por la producción de la materia prima del libro, o sea, la fabricación de papel.

Otro factor sobresaliente consiste en los espacios físicos que debemos dedicar a cada libro, ya sea en la casa u oficina. Exige conservarlo en espacio seco y que no absorba polvo, para mantener el libro en buen estado.

Contrariamente ocurre con el e-book, puede acopiarse en cualquier dispositivo electrónico de almacenamiento de datos y podemos colocarlos en cualquier área, ya sea en la casa o la oficina.

Los libros impresos son objeto a corroerse en el tiempo, por la inclemencia del ambiente que ayuda a arruinar su preservación. Casi siempre son objeto de atracción de polillas y otras clases de alimañas que van carcomiendo las páginas hasta dañar el material.

Una razón más, y no menos importante, es la demora en corregir las ediciones impresas. En las publicaciones impresas hay que tardar un lapso de tiempo o esperar que la edición se agote para realizar cambios sustanciales o enmendar el contenido, mientras que en los textos digitales sucede lo inverso, el contenido se va corrigiendo espontáneamente, sin causar aplazamiento.  

Un aspecto casi invisible en contra del libro impreso lo instituye la generación de lectores que está floreciendo, formada por jóvenes que se han desarrollado en la época digital. Esta juventud es aficionada, casi enfermiza a los medios digitales como los computadores personales, laptop, ipad; a la telefonía móvil, con aparatos móviles inteligentes, a los iphones, de tercera y cuarta generación. Esta clase de persona sigue con exactitud los avances y cambios tecnológicos.

Si eventualmente el libro impreso desapareciera del mercado, desencadenaría una serie de eventos desafortunados que serían catastróficos para la economía, la cultura y la sociedad. Por ejemplo, desaparecerían las librerías, kioscos y puestos de ventas de libros; las casas editoras se reducirían significativamente. Las impresoras destinadas a la labor de impresión de libros quedarían aniquiladas.

Si fortuitamente esto llegase ocurrir, los lectores voraces extrañarían las fascinantes ferias de libros que se celebran cada año en los países, consagradas como un esplendente homenaje al libro, a los escritores y a la propia cultura.

El libro impreso ha sobrevivido por siglo y algunos editores sostienen que seguirá conservando su merecido espacio en el mercado editorial, y podrá coexistir exitosamente con el formato digital por un tiempo considerable.

sábado, 23 de julio de 2011

De blanco y negro (Relato)

             En el umbral del siglo pasado, en la época que las mujeres usaban vestidos, los hombres viajaban montados a caballo de un poblado a otro. Las personas eran creyentes y esperaban con júbilo la llegada del Redentor. Y religiosamente, los días de Viernes Santos,  dedicaban el tiempo a  las oraciones. Las labores que demandaban empeños físicos las realizaban antes de la aurora porque temían quedarse pegados, o que ese día algún animal les hablara.

En esos tiempos apacibles nació mi abuela en el pequeño pueblo de Los Jazmines.

Aunque nunca visitó una escuela, mi abuela ofrecía consejos a los vecinos y a nuestra familia sobre el buen convivir entre las personas y nos inculcó respetar siempre a los mayores. Llevaba un lunar en el cachete derecho que la distinguía de las demás mujeres. Era una mujer blanca de cabello rizoso, de pequeña estatura pero de inmensa bondad y de un carácter inmutable.

En la edad de los catorce años conoció a un jovenzuelo llamado Alejandro, quien transportaba a caballo sacos de víveres hasta la carretera donde transitaban los escasos vehículos. Alejandro pasaba con frecuencia cabalgando frente al rancho de mi abuela, un día se detuvo y pidió que le colaran un café; después  dejaba una porción de víveres en la casa y así la confianza fue ganando terreno hasta llegar a cosechar una hermosa amistad con mi abuela.

Tres años más tarde, cuando mi abuela salía de la adolescencia, se unió en cuerpo y alma con Alejandro, con quien cohabitó alrededor de cinco décadas y en el ir y devenir del tiempo procrearon ocho hijos, cinco varones y tres hembras. Ellos, a su vez, al cabo de treinta años, fueron dándoles nietos hasta llegar a la tercera generación.

Fue así, de un modo bastante peculiar y acelerado, suscitado por la monotonía de largas noches y el escaso entretenimiento de la época que se multiplicó y se propagó nuestra familia por las latitudes del poblado de Los Jazmines.

A mediado de los años sesenta la abuela enviudó. En esos tiempos hubo una epidemia de paludismo en el pueblo que se llevó la vida de decenas de niños y ancianos, entre ellos la de mi abuelo Alejandro, quien había permanecido tres semanas postrado en cama prendido en fiebre. La alegría de mi abuela se desvaneció y parte de su vida se fue con él y un velo de tristeza cubrió su rostro.

Después del fallecimiento del abuelo, mi abuela percibía la presencia del difunto por todas partes. Empezó a sentir escalofríos en el cuerpo día y noche.  Entonces decidió que Chencho, el hijo mayor, viviera en la casa y de inmediato emprendió un éxodo familiar. Pasaba corta temporada con mi tía Carmen, la hija mayor; después se marchaba con las cosas indispensables en una bolsa y caminando entre callejones, desde la casa de la tía Carmen, llegaba a la nuestra y nos sorprendía temprano en la mañana.

 En las noches oíamos a la abuela que se despertaba sobresaltada, implorando a gritos: “Ay Alejo, no me lleve”. Temerosa, en plena oscuridad, metía la mano debajo de la almohada y sacaba un rosario y se hincaba delante de la cama a rezar.

A veces mi abuela se abstraía de la realidad y se sumergía en un soliloquio; también se le veía a menudo estacionada debajo de la sombra de los árboles cavilando sobre la huida del abuelo. Nosotros llegamos a pensar que efectivamente se comunicaba con el espíritu del abuelo. Esa actitud inquietó a la familia y nos manteníamos vigilando el comportamiento insólito de la vieja. Mi madre me pidió que no la dejara sola.

Ante los desaciertos de mi abuela, mi madre sintió preocupación. Un martes en la mañana decidió llevarla a un brujo para examinarla. No hubo que darle detalles sobre las recientes actuaciones de la abuela, el brujo se adelantó haciendo alardes de sus poderes de adivinación y le dijo a mi madre que el espíritu del difundo andaba divagando en penas atrás de la vieja porque no se quería ir solo. Le propuso que le prendieran velones en el aposento por nueve días y por ninguna razón dejaran apagar la luz, y que en esos mismos días bañaran a la abuela con hojas de ruda y cundeamor.

Semana y media más tarde, mi madre nos llevó, a la abuela y a mí, a pasarnos una temporada en casa de la tía Carmen, para ver si mejoraba la conducta inusual de la abuela.

La casa de madera de mi tía Carmen estaba alojada en medio de una empalizada de piñones, donde se posaban las aves y cantaban los ruiseñores.  Del otro lado de la cerca se apreciaba un formidable ganado vacuno comiendo heno, y por las noches la brisa arrastraba un hedor a potrero. En los alrededores del rancho se oía el canto de los gallos y el cacareo de las gallinas.

Un olor a mangos maduros golpeó mi nariz cuando salí al patio para absorber los tibios rayos de sol mañaneros. Minuto seguido, mi tía asomó la cabeza por la ventana de la cocina.

—¿Dónde está mamá? —preguntó mi tía.

—No lo sé.

—Mira ver si está en el patio—, insinuó. 

Caminé los alrededores de la casa voceando a la abuela, de repente la vi debajo de una mata de amapola hablando sola; me le aproximé, pero no percibió mi presencia, seguía absorta en su monólogo.

—Venga abuela, vamos conmigo —irrumpí—. La sujeté de la mano y entramos a la casa.

Cierta mañana, mi abuela se veía con el rostro casi sin vida. Ese día sorprendió a mi tía. Hilvanó los pensamientos con exactitud y pronunció una frase que la dejó perpleja. Mi tía pensó que era uno de esos pensamientos inconexos que a veces solía decir y no le prestó importancia.

A partir de ahí cayó en cama por más de tres semanas. Deliraba todo el tiempo, parecía que conversaba con el difunto, como si estuviese sentado al lado de la cama. Una tarde de septiembre la abuela se negó a respirar y de un modo inexorable entregó su alma al Altísimo.

 Media hora más tarde, mis padres recibieron la triste noticia del fallecimiento.

Pasaron días, semanas y meses y yo seguía añorando la presencia de mi abuela Felicia. A veces preguntaba a mi madre por la abuela, a ella se les aguaban los ojos y la respuesta siempre era la misma: “Se ha ido hijo. Se nos ha ido”. A raíz de ese acontecimiento nuestra familia quedó afligida y en luto. Mis tías y mi madre cerraron los oídos a la música y resolvieron vestir de blanco y negro hasta el final de sus días.


miércoles, 13 de julio de 2011

Te has ido inesperadamente Facundo

Nunca tuve el placer de conocerte, pero millones de personas escuchamos tu voz, tu clamor al mundo a través de tu canto, admiramos tus palabras cargadas de sabiduría.

Bastantes veces, Facundo, he alimentado mi alma con tus estrofas, sobre todo cuando me encuentro deprimido. También he reflexionado con tu modelo existencial de vivir la vida, el cual debería imitar, por ser tan efectivo y sencillo.

Desde pequeño he pronunciado tu nombre reiteradamente, no en silencio, sino enfático e intencionalmente para tararear tu canto, ese canto lleno de enseñanza, con tus palabras cargada de filosofía.

Hoy heredamos de ti un extenso diccionario de expresiones que acarician el alma, colmadas de alegorías de cómo vivir la vida sin dificultades.

También has dejado tus huellas de peregrino en los países que has visitado, y has recibido el respaldo incondicional del público, quizás por el simple motivo de que una vez dejaste bien claro tu procedencia, “no soy de aquí, ni soy de allá” y eso nos llena de orgullo, por esa razón te acogimos como hermano.

Quizás exagero, pero trajinaste por los países como un mesías, pregonando tu mensaje espiritual a donde quiera que llegaras. Pienso que algún día el mundo te lo agradecerá.

Eres un hombre lleno de música y, a veces, de insólitas anécdotas, de hermosa poesía y de estupendos relatos, estos atributos siempre quedarán indelebles en nuestro recuerdo.

Pasaran los años Facundo, y cada mañana te recordaremos como ahora, y cada vez que nazca un niño, nos acordaremos; cada vez que escuchemos un cantor, también te recordaremos; y como hombre justo que soy, también tengo el deber de recordarte, porque has dejado en nuestra conciencia colectiva tu música, tus increíbles interpretaciones de la vida y de cómo vivirla, y tus poesías como un maravilloso legado.

Aunque te hayas ido inesperadamente, como tú decías, te has mudado. Un día cualquiera “nos mudaremos” también, y allá seguiremos disfrutando de tu inmensa creatividad y de tus poesías.

Facundo, tenemos el deber de recordarte de la misma manera que “la felicidad es un deber”.

martes, 28 de junio de 2011

Rhode Island

Esta tierra guarda una historia espectacular y apasionante. Desde antaño, un riachuelo penetra sigiloso por el centro de la ciudad por donde ingresaban las embarcaciones a traer mercancías, té y otras provisiones procedentes de Inglaterra. Nos cuenta la historia que Roger Williams en el 1636 salió expulsado de Massachusetts por sus disidencias religiosas y se estableció en Providence y luego declaró la urbe con libertad de cultos.


El parque de la ciudad lleva el nombre de Roger Williams.

Rhode Island fue la primera de las trece colonias del dominio inglés en declarar la independencia y marcar el comienzo de la revolución estadounidense, aunque ulteriormente fue la última en ratificar la constitución estadounidense. Es el estado más pequeño de la unión americana, está ubicado geográficamente entre los límites de Connecticut y Massachusetts.

Providence es la ciudad más grande de Rhode Island y aquí todavía se puede hacer realidad cualquier sueño simple, es un pequeño paraíso enclavado en la costa este de los Estados Unidos, aquí se vive con tanta tranquilidad que parece mentira.

Los ciudadanos son amantes de la cultura. Cada año celebran eventos culturales en calles de la ciudad y se acumulan gente de todas las latitudes. También se celebran festivales, como el esplendoroso festival dominicano, que se festeja cada año dentro de un área del parque Roger Williams.

La densidad poblacional de Rhode Island no crece mucho. Según datos del último censo del 2010 tiene una población de 1.052.567 habitantes, pero la población hispana sí va en aumento cada cierto tiempo, no tan solo aquí, sino también en los demás estados de la unión americana. La dimensión geográfico de este pequeño pero hermoso estado es de un área de 4.002 km².

Al principio en los años de fundación del estado, existían pocos latinos emigrantes, en su mayoría estaba poblado por americanos provenientes de Massachusetts, gente que salieron corriendo por la disidencia religiosa de la época y se refugiaron aquí en Rhode Island con sus mitos y sus propias creencias y fueron colonizando estas maravillosas tierras.

La ciudad todavía conserva vetustas edificaciones construidas en los siglos XVI y XVII, que mantienen visible el reflejo de esa época y actualmente se mantienen como símbolo histórico y patrimonial.

 Rhode Island State Capitol
Si alguna vez visita Providence, por ninguna razón deje de pasar por Providence Place, una majestuosa plaza comercial donde encontrará de todo para comprar y a la vez disfrutar de una rica y variada gastronomía a bajo precio y si no, puede entrar a los centros de diversión o los cines ubicados en la misma plaza.

lunes, 27 de junio de 2011

Tips de felicidad

La Universidad de Harvard diseñó un curso sobre Felicidad, miles de
personas han asistido a el y han logrado cambiar su estado de ánimo.

Aquí algunos ‘tips’ sobre los temas tratados.

TIP 1
Práctica algún ejercicio: (caminar, ir al gym, yoga, natación etc).
Los expertos aseguran que hacer ejercicio es igual de bueno que tomar un antidepresivo para mejorar el ánimo, 30 minutos de ejercicio es el mejor antídoto contra la tristeza y el estrés.

TIP 2
Desayuna: algunas personas se saltan el desayuno porque no tienen
tiempo o porque no quieren engordar. Estudios demuestran que desayunar te ayuda a tener energía, pensar y desempeñar exitosamente tus actividades.

TIP 3
Agrádese a la vida todo lo bueno que tienes: Escribe en un papel 10
cosas que tienes en tu vida que te dan felicidad. Cuando hacemos una lista de gratitud nos obligamos a enfocarnos en cosas buenas.
TIP 4
Se asertiva: pide lo que quieras y di lo que piensas. Estas demostrado que ser asertiva ayuda a mejorar tu autoestima. Ser dejada y aguantar en silencio todo lo que te digan y hagan, genera tristeza y desesperanza.
TIP 5
Gasta tu dinero en experiencias no en cosas: Un estudio descubrió que el 75% de personas se sentían más felices cuando invertían su dinero en viajes, cursos y clases; mientras que solo el 34% dijo sentirse más feliz cuando compraba cosas.
TIP 6
Enfrenta tus retos: No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy.
Estudios demuestran que cuanto más postergas algo que sabes que tienes que hacer, mas ansiedad y tensión generas. Escribe pequeñas listas semanales de tareas a cumplir y cúmplelas.
TIP 7
Pega recuerdos bonitos, frases y fotos de tus seres queridos por todos lados.  Llena tu refrigerador, tu computadora, tu escritorio, tu
cuarto. TU VIDA de recuerdos bonitos.
TIP 8
Siempre saluda y se amable con otras personas: más de cien
investigaciones afirman que solo sonreír cambia el estado de ánimo.
TIP 9
Usa zapatos que te queden cómodos: "Si te duelen los pies te pones de malas" asegura el Dr. Keinth Wapner presidente de la Asociación
Americana de Ortopedia.
TIP 10
Cuida tu postura: Caminar derecho con los hombros ligeramente hacia atrás y la vista hacia enfrente ayuda a mantener un buen estado de ánimo.
TIP 11
Escucha música: Esta comprobado que escuchar música te despierta
deseos de cantar y bailar, esto te va a alegrar la vida.
TIP 12
Lo que te comes tiene un impacto importante en tu estado de ánimo.
a) Comer algo ligero cada 3-4 horas mantiene los niveles de glucosa
estables, no te brinques comidas.

b) Evita el exceso de harinas blancas y el azúcar.
c) COME DE TODO!
d) Varía tus alimentos
TIP 13
 Siéntete Guapo. El 41% de la gente dicen que se sienten más felices cuando piensan que se ven bien.
¡Arréglate y ponte guapo!


sábado, 21 de mayo de 2011

El último acto

El avión rechinó los neumáticos en la pista de aterrizaje apenas el sol tropical dejaba los últimos reflejos de luz entre las nubes. Familiares aguardaban la arribada de sus parientes en la sala de espera del aeropuerto.
—En ese avión acaba de llegar tu abuela —señaló la madre a la adolescente.
Los viajeros emergían apresurados de la terminal. Algunos caminaban lentos y desorientados, arrastrando sus equipajes y con la mirada perdida en la muchedumbre, con la esperanza de ver algún conocido.
Entre el gentío, una anciana salía de aduanas en silla de ruedas asistida por un mozo de la aerolínea; una mujer rubia se apresuró a su encuentro y entre sollozos y lágrimas se fundieron en un ardiente abrazo y minutos más tarde abandonaron el aeropuerto y ocuparon un vehículo de regreso a la ciudad. Las palmeras y el paisaje marino atraían la vista de los viajeros. Las olas se deslizaban sutilmente sobre las aguas esmeraldas del mar y se estrellaban precipitosas contra los arrecifes; en contraste al lado opuesto de la autopista que exhibía modernas edificaciones y atractivas vallas publicitarias.
—El tiempo es capaz de todo —dijo Doña Mercedes, mientras reconocía el estupendo paisaje tropical. La ciudad ahora estaba poblada de condominios y majestuosas torres habitadas por inquilinos que emigraban de diferentes localidades.
—¡Cuántos edificios! También hay elevados y túneles. El país ha progresado bastante.
—Sí, mamá, hemos avanzado en algunas cosas; en otras hemos ido como el cangrejo. Los políticos nos están chupando hasta el alma.
—Mi hija, eso ocurre en todas partes, es más notorio en los países pequeños, que están creciendo.
—No como aquí, mamá. Nosotros sobresalimos en los aspectos negativos. De eso puede usted enterarse en los informes que publican los organismos internacionales a países como el nuestro, salimos siempre en el culito; pero en el primer lugar en los casos de corrupción, violación de derechos elementales, tráfico de drogas, por mencionar sólo algunos; la pobreza está tragándose a un cuarto de la población… Así tenemos las cosas por este país, mamá.
—Bueno…, de todas maneras, mi hija, observo ciertos cambios, quizás porque demoré mucho tiempo en regresar. Hasta mi nieta la veo grande y guapísima.
—En dieciséis años hasta el Diablo cambia.
Hubo silencio por un corto tiempo y luego de media hora de recorrido, la familia regresó a la casa.
Los tres primeros días sucedieron en un santiamén en una maravillosa atmósfera, rememorando viejos recuerdos y platicando sobre vivencia familiar, mientras la nieta observaba intrigada cada movimiento de la abuela. La curiosidad cegaba sus pensamientos y llegó un momento que no podía contener por más tiempo la emoción.
—Abuela ¿porqué andas en silla de ruedas? —La anciana congeló la mirada en el rostro angelical de la adolescente y una muesca se dibujó en su semblante.
—Ven, guíame hasta la terraza, tengo algo qué contarte...
Doña Mercedes y la nieta atravesaron por el interior de la casa hasta llegar a la terraza. Una leve corriente de aire movía las hojas del jardín. La anciana frenó la silla y acomodó su desgastado cuerpo, cerró intencionalmente los ojos y caviló por unos segundos. Se esforzó en cohesionar los pensamientos para encadenar los viejos recuerdos, mientras a su espalda, la nieta acomodaba cariñosamente las frágiles hebras grises que revoloteaban con la brisa. En ese mismo minuto la anciana entonces empezó a narrar con dejo melancólico:

“Corría el lento otoño de 1978 cuando el mago Melchor arribó a la ciudad en una sórdida caravana del Circo de la Familia Rosado para presentar su show en el Teatro Agua y Luz. En esos mismos días el mago publicó un anuncio en los periódicos procurando personas de ambos sexo para trabajar como ayudantes en el espectáculo.

En respuesta al anuncio, al siguiente día una larga fila de gente nos presentamos en el circo para ver si nos contrataban para el show. Yo fui afortunada, el mismo mago Melchor me escogió para trabajar como ayudante en el show de magia.

El mago era un hombre errante, un personaje sin identidad, nacido y criado en circos. Era extraordinariamente callado, en los shows casi nunca interactuaba con el público por su condición de gago, su magia y los gestos hablaban por él. En cambio, siempre poseía una expresión risueña, una mirada cautivadora que encantaba a cualquier mujer adusta.

Justamente el reloj marcaba la siete de la noche de aquel imborrable otoño, cuando el mago Melchor presentaba su espectacular acto de magia en el teatro Agua y Luz. Yo estaba ocupando un asiento de las primeras filas. El público ignoraba que yo era parte del espectáculo para el acto de cortar a la mujer en dos mitades.

La tarde anterior habíamos ensayado el acto, era la atracción de la noche. Yo tenía plena confianza en el mago. Él había recorrido

medio país con sus actos de magia y los exitosos espectáculos en grandes teatros lo habían consagrado como unos de los magos más prodigiosos.

El público ovacionó eufórico cuando el mago tragó fuego y segundos después escupía llamaradas que se esparcían por el aire como un cometa. Cada acto enloquecía más a la audiencia. Las cortinas se cerraban y se abrían con un acto cada vez más asombroso.

Los espectadores quedaron atónitos en el momento que el mago Melchor desapareció la cabeza de un hombre. Hubo un momento de intriga y silencio en la concurrencia. Una repentina música se oyó al instante del mago desvelar nuevamente el rostro del hombre. El auditorio se paró y aplaudió eufórico.

Acto de la muerte.

“Damas y caballeros, ahora el acto más sangriento de la noche. Nacido en la tierra de los milagros y la magia; el sorprendente, el enigmático, el maravilloso... Ante ustedes, frente a sus ojos, el asombroso mago Melchor cortará en dos a una joven dama. Síííí, señores, en dos mitades. Y ahora…, el espectáculo”.

(El mago pidió al público una persona voluntaria, yo me ofrecí y me abrí paso entre los invitados hasta llegar al escenario.)

El mago ayudó a la joven a entrar en la caja negra, mientras iba abrochando los pestillos. La audiencia quedó en silencio e invadida por la curiosidad. De pronto, el mago hizo un gesto y apareció un serrucho en su mano, lentamente comenzó a dividir la caja en dos partes, ya con la joven en el interior. A medida que serruchaba, un chorro de sangre se escurría por la alfombra y la audiencia quedó horrorizada.

—Atrapen al mago —vociferó implacable la audiencia, lanzando zapatillas y todo tipo de utensilios al escenario. Prodigiosamente el mago creó una nube de humo y fugazmente desapareció del escenario sin dejar rastros, sólo quedó su capa sobre la alfombra. La audiencia estaba frenética; el caos reinó y pronto finalizó el espectáculo. Tres hombres corrieron a sacar a la mujer de la caja, las piernas le pendían, la sangre brotaba y la joven mujer súbitamente perdió el conocimiento.


Pasaron los años y nadie supo el nombre del mago. Oí decir que un mago jamás dice su verdadero nombre, guarda el secreto hasta el día que encuentra a su amada.

Doña Mercedes suspiró, se distrajo por un momento, después masculló entre sus labios el nombre de Basilio Arriaga de la Fuente, y concluyó:

—Desde ese año nadie supo el destino del mago. Tampoco se sabe el lugar dónde muere un mago porque tienden a desaparecer. Pero yo…, yo… seguiré viviendo con sus recuerdos hasta el día que la muerte me sorprenda.”

El mechón


Héctor Zapata era un mercadólogo pertinaz y astuto, poseía una labia natural y un poder de convicción audaz que podía persuadir con pocos esfuerzos a cualquiera de los incrédulos. Esa elocuencia le había ayudado dos años antes a conseguir la promoción de Subgerente de Ventas de la Región Este, en una compañía de productos farmacéuticos, más un sustancioso incentivo de comisión por ventas, que le permitía disfrutar de cierta holgura económica, posición que era envidiada por dos o tres de sus compañeros de labores que codiciaban el puesto.
El bienestar económico del que gozaba Héctor no le había permitido casarse a sus treinta y dos años de edad, pero sí disfrutar de innumerables compañías femeninas. Esa galantería masculina lo mantenía por el momento distanciado del matrimonio.
Héctor era un hombre que siempre presumía del buen comer y del buen vestir. Lo primero lo heredó de su madre, quien era experta en las artes culinarias e inventaba deliciosas recetas de cocina; lo segundo, constituía un reflejo idéntico de las presunciones del padre, que había tenía fama de chulo y de mujeriego, quien en la juventud había gastado una fortuna en comprarse ropas finas para lucirle impecable y buen mozo a las mujeres, atributo que indujo a que María Antonieta de los Ángeles Pérez le soltara las riendas quince años más adelante.
Ciertas vez, quizás por causa de su desorganizada vida de soltero, Héctor entró en disputas con su madre, porque ella estaba en desacuerdo con aquellas cualidades de seductor heredadas del padre, a lo que hizo caso omiso. Un buen día recogió todas sus pertenecías y abandonó el hogar materno; desde entonces formó parcela aparte, se mudó y rentó un apartamento para soltero. Allí estaba en plena libertad y podía hacer y deshacer sin ningún tipo de injerencia familiar. Desde aquel día, Héctor llamaba a su madre por teléfono dos o tres veces a la semana y tampoco dejó de visitarla, frecuentaba el hogar materno los domingos en la mañana. Aprovechaba cada visita para almorzar con ella y platicar un poco. A media tarde, después de una siesta, ambos salían a la terraza de la casa y se sentaban en las viejas mecedoras de guano a pasar revista a los eventos de la semana recién terminada. Ya al oscurecer, Héctor le daba un abrazo de despedida y se marchaba a su apartamento. Luego veía un programa en la televisión y antes de irse a la cama, sacaba unos minutos para seleccionar y combinar la ropa que se pondría al día siguiente.
Contrario a los domingos, los viernes por la tarde, ya fuera del horario habitual de trabajo, Héctor los destinaba a “botar el golpe” junto a sus amigos. Se iban a un bar a tomar cervezas con amigas solteronas, quienes desde que daban las cuatro treinta de la tarde, empezaban a cruzarse llamadas por los teléfonos móviles para preguntar en qué lugar iba ser el bonche.
Un miércoles por la tarde, en el ambiente laboral, Héctor preparaba la agenda de trabajo de la semana próxima, en ese momento estaba tan concentrado en la planificación de las actividades laborales, que olvidó del horario de salida. Cuando miró el reloj, faltaba un cuarto para la seis de la tarde, en seguida empezó ágilmente a organizar todos los papeles y documentos. Guardó una parte en el escritorio; la otra restante la introdujo en su maletín.  
Apenas transcurrieron las seis y dos minutos, Héctor salía de la oficina con maletín en mano. Entró al lavabo más vecino para acicalarse un poco, luego se ubicó frente al espejo, quedó con la mirada fija en la cabeza, notó que en medio de su oscura cabellera, casi en la parte posterior, le había nacido un pequeñísimo mechón blanco. Luego abandonó del lavabo y se apresuró camino al apartamento.
Cuando llegó al apartamento se despojó de la vestimenta de trabajo y agarró el periódico vespertino para echarle un vistazo a las noticias. Se percató de que no se concentraba en la lectura y resolvió arrojarlo al cesto de las revistas; prefirió ducharse. Se enjabonó todo el cuerpo y lavó bien la cabeza con shampoo. Salió de la ducha y se detuvo frente al pequeño espejo del botiquín, arqueó un poco el cuerpo buscando el mejor ángulo que reflejara su rostro y asentó la vista en los cabellos limpios y sedosos. Con la toalla ceñida en el cuerpo, caminó hacia la habitación; allí el espejo era más grande y podía inspeccionar los cabellos con mejores detalles. Apartó parte del cabello hacia ambos lados, formando una hilera, y se detuvo precisamente donde estaba el mechón blanco que contrastaba con su negra cabellera. Agarró el peine y lo deslizó con lentitud, entonces haló un pequeño montículo de cabello y ratificó que realmente eran hebras de cana. Por un momento contempló el peine en la mano mientras se sentaba en la esquina de la cama. Quedó pensativo. Cambió el aspecto de su rostro en fracciones de segundos. Varios pensamientos pasaron por su mente. Pensó que los años le habían atrapado inesperadamente, la juventud lo estaba abandonando…
El viernes, Héctor llegó a la oficina más temprano que de costumbre. Antes de sentarse, buscó en el dispensador una taza de café caliente y la colocó encima de su escritorio para saborearlo lentamente. Acto seguido, encendió el computador y entró a un <<buscador>>, y escribió: “remedio para las canas”, tomó un sorbo de café mientras el localizador tardaba los nanosegundos en arrojar el resultado. Se desplegaron varias opciones en la pantalla; dio un clic en la primera opción: “las canas prematuras”, leyó en la primera línea del párrafo: El pelo tiene una tendencia a perder su color natural con la edad que avanza… ”.
¡Coño!, será que me estoy poniendo viejo y no me estoy dando cuenta —murmuró.
En eso movió el cursor a la siguiente línea, y optó por seleccionar el segundo título de la página: “remedios caseros para las canas prematuras”. Imprimió el artículo completo y comenzó a hurgar sobre el tema. Procedió a escribir el procedimiento minuciosamente en una hoja de papel.
A la salida de la oficina sólo tenía que pasar a comprar, tal como lo prescribía, las hojas, los aceites y algunas especias por unas de esas botánicas que le quedaban en el camino de la ruta a la casa. Así lo hizo. Esa misma noche preparó y mezcló toda la química, hasta formar una pomada con un olor excepcional.
En la mañana del sábado Héctor comenzó a aplicarse el remedio para ocultar las canas. Cada vez que disponía de tiempo, acudía a embadurnarse la cabeza con el remedio que había preparado.
Antes de la diez de la mañana, Héctor salió a caminar para disipar la mente y dio varias vueltas al parque; descansó por un tiempo en uno de los bancos. Para el medio día estaba de vuelta a la casa, con la frente mojada de sudor, caminó en dirección al espejo; minuciosamente miró el cabello para percibir cómo iba el efecto del remedio, entonces aprovechó para untarse una vez más, con fines de acelerar el proceso. Cada tres horas, repetía la misma acción, hasta agotársele el domingo en la noche.
El lunes en la mañana Héctor vestía ropa de trabajo. Se situó frente al espejo y agarró el peine, lo pasó escrupulosamente por el pelo; cuando lo pasó por segunda vez, advirtió que una intensa hilera de cabello quedó entre los dientes del peine, se aproximó más al espejo y la desilusión lo atrapó de súbito. Se le había dibujado un claro que, a leguas, se le podía divisar el cráneo. Incrédulo, llevó la mano izquierda hasta la cabeza, para cerciorarse de que no era real lo que le estaba ocurriendo. Haló gradualmente un pequeño montículo del lateral izquierdo de la cabeza, sus ojos se desorbitaron cuando miró el puñado de cabello. Quedó paralizado frente al espejo por un rato. Su mente quedó bloqueada por el desengaño. Miró hacia el techo, mientras dejaba escapar un largo suspiro. “¿Qué yo he hecho…?” —se preguntó. Un velo de tristeza le empañó el rostro. Presentía que su cabellera estaba supuesta en la cabeza, al igual que una peluca. Los cabellos se les caían al mínimo contacto de las manos; gradualmente iba quedando calvo.
Pensativo, aún continuaba sentado en la cama y se puso a repasar los eventos para comprobar qué había hecho mal. En eso recordó que, con la premura, no terminó de leer la información que había obtenido en internet; precisamente en el último párrafo advertía, en letras pequeñas y mayúsculas, que no debía exponerse a los rayos solares mientras usara el remedio, puesto que podría tumbarle temporalmente el cabello.
El mismo lunes, Héctor llamó a su médico de cabecera para que le otorgara una licencia médica de tres semanas, alegando que tenía en la cabeza un hongo contagioso que podía transmitirse con facilidad a otras personas. Al medio día envió la licencia a la compañía.
Después de la caída del cabello, una línea visible marcó drásticamente la vida bohemia y portentosa de Héctor Zapata. Perdió el empleo y se vio abatido por una depresión emocional que lo enclaustró un largo tiempo en el apartamento, y que luego menguó en un absurdo complejo psicológico.